sábado, 30 de mayo de 2015

SANAR EL SUFRIMIENTO


   Sufrir el sufrimiento, lo perpetua. No temas al temor y desenfángate de todo el lodo acumulado en tus memorias al creer que ibas a remolque de las circunstancias, sin saber muy bien a donde te conducían. Haz oídos sordos a ese blablabeo de tu mente que trae angustia y te atormenta en su estéril búsqueda de soluciones a imaginarios problemas, tomados por vitales. No te enredes en enredos de enredada coyuntura, pues todo lo que quiere atarse a una seguridad particular aumenta, mas pronto que tarde, la inseguridad; fabricando bucles y paradojas de cansina absurdidad, en las que cuanto mayores son las protecciones más temible e inseguro parece todo. Y sentirse inseguro es pensarse en peligro. Y creer estar en peligro conlleva sufrimiento.

   Sanar el sufrimiento es una cuestión de perspectiva. Un pasar de la visión reducida -a ras del mundo- a una manera de ver totalmente diferente; mediante la cual, al mantener la conciencia atenta tan sólo al instante presente, todo es contemplado desde una óptica no atrapada por las corrientes de pensamiento que se arremolinan y serpentean ante cualquier obstáculo que aparece en el flujo de la vida. No te castigues por la vergüenza, la culpa, la cólera, la pena, el dolor, y por tantas y tantas sensaciones producto de pensamientos equivocados. No les concedas valor. No los sigas a pies juntillas o te despeñaras por el delirante precipicio del terror y su insoportable sufrimiento. Elévate por encima del sinuoso discurrir del mundo y, con gratitud, verás que su tránsito ya ha alcanzado su consumación... que el río de la vida, siempre ahora, llega ininterrumpidamente al mar y que el mar no conoce precipicios. 

 Desde lo elevado hasta los obstáculos más temidos y evitados, imponentes como macizas cordilleras, son sobrepasados sin ningún titánico esfuerzo por tu parte, con visión clara, con suavidad y certeza... en paz.

   Sanar el sufrimiento es una cuestión de elegir la paz de espíritu, sea cual sea la circunstancia que parezca suceder... Un despreciar aquello que, en tu propia mente, te desprecia y minusvalora... Un despedirse de los consejos del miedo... Un no atender a los requerimientos de los deseos por subsanar una carencia que estos consideran ineludible, cuando no es más que una vana ilusión. El Amor, Dios, no te dice que tu vida aquí no sea dura y que sus senderos no sean dificultosos; Él, te dice que estos senderos no son reales, que no son más que meras ensoñaciones en tu mente santa... que confíes y sueltes tu apego a lo transitorio, en favor de lo eterno... un soltar el mundo para ser del Cielo.

   Sanar el sufrimiento es un aceptar la intensidad de la angustia de creerse limitado y no querer arreglarla a tu manera, sino confiar en la manera de Dios; quedándote en la quietud espaciosa del cielo abierto del ahora. Confiando. Confiando de verdad, sin tibiezas ni peros. Un atravesar tu huerto de los olivos con el corazón entregado. Confiando en la paz de espíritu, con constancia, con devoción, con fe... Un no olvidar que Dios sana todo sufrimiento, porque te Ama, porque nos Ama, porque sólo hay Su Amor... Un dejar pasar todos los sueños rotos y esperar sólo Su Respuesta... Y, de repente, ¡Oh, milagro! La Luz... el fin del sufrimiento... la misericordia divina te colma... la certeza de lo infinito te desborda... te has sanado de la idea de lo limitado... te has curado de identificarte con un cuerpo... te has salvado por la gracia del Altísimo, confiando sólo en Él y en Su Amor... Su Respuesta, únicamente Su Respuesta de Vida plena, de Vida sólo en el espíritu, te resucita del sueño de la muerte.

KHAAM-EL
     



Confía en el plan de Dios para retornar a Él.

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